Vayas en invierno o en verano te darás cuenta de que los árboles decorativos por excelencia en las calles de Sevilla son los naranjos. Y cuando lleves allí varios días te preguntarás por qué nadie toma las naranjas del árbol, de los naranjos, y se las lleva a casa como postre o tentempié. Muy fácil: son amargas.
En el resto del país, las variedades son mucho más dulces y apetecibles pero aquí, el fruto es muy amargo. Tanto que pregunté a varias personas si esas naranjas tenían alguna utilidad.
Algunas parece que se utilizan con fines cosméticos y también, otras, con fines gastronómicos. Según parece, y como curiosidad, las naranjas sevillanas son la base de la mermelada que se elabora en Inglaterra con la modalidad de Hispalis y dicen que son las preferidas de la Reina Isabel II. Dicen las malas lenguas que la que ella consume cada día en su desayuno, es elaborada con naranjas del Palacio de Dueñas, regalo de la Duquesa de Alba (cuando estaba viva, claro). También sirven para aromatizar las ginebras de Beefeater y el Cointreau.
Dicen, dicen y dicen y vuelven a decir… que los naranjos tienen su origen en China y que fueron plantados aquí, en Sevilla para la felicidad de sus dueños. Dicen también que se trata de la ciudad con más naranjos de Europa, unos 40 mil repartidos por toda la ciudad hispalense. En la década de los 70, he leído en algún sitio, que eran 5000.
Parece que su origen es mitológico y que la cosa se remonta a tiempos inmemoriales, cuando Hércules (supuesto fundador de la ciudad) quiso la manzana dorada para sí y se vino a Sevilla a buscarla. Realmente fueron los árabes los que metieron este fruto en toda la Península Ibérica, en especial por las zonas del sur. Pero a veces es mejor dejarse embaucar por los mitos y los cuentos.
Se ha convertido en el símbolo de la ciudad y cuando llega abril y mayo, las naranjas se maduran después de que el azahar invada, con su aroma, todas las calles sevillanas. Su presencia se ha generalizado en las casas burguesas, en las calles, y en los recintos de los viejos monumentos. Están, a decir verdad, en todas las esquinas. Con sus hojas verdes y sus naranjas casi rodando por la calle. Uno de los puntos más característicos es precisamente el Patio de los Naranjos, en la Catedral, edificio que se elevó sobre las bases de una mezquita. Parece, no sé lo que habrá de cierto en ello, que en este patio están los naranjos más antiguos de la ciudad con más de 100 años.
A veces la producción es muy intensa como la del último año 2017. Casi se duplicó la cantidad. Y , en este caso, se convierten en un manto peligroso para los viandantes.
Tuve que abrir una de ellas, de esas naranjas, y comprobar que efectivamente tienen un fuerte olor a cítrico. Pero no me atreví a probarla porque todo el mundo me decía que era excesivamente amarga y desagradable. A pesar de todo hoy en día un millón de kilos de naranjas amargas se recogen en el tiempo de maduración por parte del ayuntamiento sevillano. Y después, se busca su destino.
Perfumes, aromas y mermeladas… por cierto, saben cual es mi confitura preferida y nunca falta en mi nevera? Sí. La han adivinado: la de naranja amarga.
«…se han convertido en el símbolo de la ciudad…»
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