Un amanecer sin café no es amanecer. Ese aroma, ese sabor que estimula y que te acompaña casi durante toda la jornada. Yo, al menos es de las cosas que más echo de menos cuando estoy de viaje. Por eso, no se si por los años, o por mi tensión baja, me he vuelto una maniática cafetera. Tanto que incluso he pensado en llevarme una pequeña cafeterita con un bote molido para tener mi dosis necesaria nada más saltar de la cama. Soy una adicta a la cafeína. En aquellos lugares a los que he viajado he tratado de buscar siempre un lugar donde tomar mi cafecito pero en muchas ocasiones me las he visto y me las he deseado. Pero por lo general, de una forma o de otra, con una modalidad u otra, ahí está, acompañando los desayunos internacionales.
En Indonesia, por ejemplo lo he tomado filtrado. Y precisamente ahí es donde he probado el café más caro del mundo… Es el conocido como Kopi Luwac. El luwac o civeta es un mamífero con las patas cortas que abunda en Asia y África y que se sube a los árboles y selecciona para su alimento los mejores granos de café. Pues ese café es el producto de la defecación de ese animal.
Se lo traga, lo almacena en su estómago y lo que sale después del proceso normal de la digestión (sí: la caca) es este café, que no deja de ser un café normal y corriente. Esperaba encontrar un sabor peculiar pero al menos yo, no lo noté. Dicen que los jugos gástricos le dan una textura peculiar a este café, con supuesto aroma a chocolate y caramelo.
En Nueva York el café se consume por litros. En cada esquina encuentras los típicos puestos de desayuno que te ofrecen la posibilidad de tres tamaños: small, medium o big. Tan clásico como visitar la Estatua de la Libertad es tomarse un supercafé mientras se “turistea” por las calles de Manhattan. Dicen que los americanos son los segundos consumidores de café en el mundo y no me extraña si tenemos en cuenta las dimensiones de sus recipientes.
Si tenemos en cuenta el origen británico de los americanos nos debería extrañar tanta adicción a la cafeína pero según parece fue por una cuestión de odio o venganza que los americanos hundieron un barco que venía cargado de té y hubo que suplirlo con café. Café en vena diría yo teniendo en cuenta el tamaño XXL. Pero el secreto de no tenerlos “bailando sobre una pata sola” o “al borde de un ataque de nervios” es porque se elabora con doble ración de agua. Pero es rico. Muy rico. Al menos a mí me gusta mucho. Cafeína pero sin abusar.
Me gusta el americano, que es el que tomo en casa, pero también me trae muchos recuerdos el de toda la vida, el hecho con cafetera italiana de mi madre y de forma muy especial el fuertote de nuestras abuelas. Esas pequeñas tazas de porcelana inglesa en las que apenas cabe un “buchito” de café me siguen estimulando muchísimo.
El de mi abuela materna lo recuerdo de manera especial porque, aunque nunca me explicó por qué lo hacía, tenía un regustillo salado. Me confesó una vez que le ponía una piedrita de sal gorda, además de un par de cucharillas de azúcar. Yo no entendía para qué le ponía dulce y salado al mismo tiempo. Y recuerdo que me lo traía a la cama. Creo que en mi mente queda más el cariño que el sabor.
Pero si hay un café del que me declaro fan incondicional es de mi BARRAQUITO. Y digo que es mío porque es la manera típica de preparar el café en mi isla Tenerife. A mí sencillamente me apasiona y no puedo pasar sin al menos uno al día. Siempre digo que si no tomara este café bajaría 3 kilos en un mes, porque lleva leche condensada. Además también lleva leche normal, café, canela, una cascarilla de limón y, si está bautizado, licor que en la mayoría de las ocasiones es Licor 43.
¡¡¡Uhmmmm!!! ¡me encanta!. Tiene un aspecto peculiar porque queda como un arcoiris con tonalidades tierra. Lo encuentras casi seguro en toda Canarias pero en Tenerife y La Palma es donde más abunda. Mucha gente lo confunde con el café bombón, que lleva solo café y condensada…pero nada que ver. Nuestro barraquito es único e intransferible. Incluso han sacado ahora algunas versiones en colores, como estos en un lugar de Tenerife, llamado La Gintonería.
En Italia, siguiendo con el periplo cafetero, también cayó algún que otro capuccino. Es una de las cunas por excelencia de la cafeína. Es precisamente aquí donde nace el espresso con el grano recién molido y con todo el esplendor de su aroma.
En Turquía el türkkahvesi es la bebida por excelencia pero es tan espeso que casi se puede cortar. Se hace con café de la modalidad arábica y con una cafetera de latón. La cosa es que no lo filtran así que debes tener cuidado porque de lo contrario te tomarás literalmente los posos del café. Siempre tendrás que dejar algo en el fondo. Se sirve en tacitas pequeñas porque es muy intenso.
Y si hablamos, no del café en sí, sino de las cafeterías, tendría para otro post porque he visitado muchas de ellas, famosas por los personajes que allí se tomaron su chute de cafeína o por el espacio en sí. Recuerdo con especial cariño el Novelty de la Plaza Mayor de Salamanca, y el Café Hafa de Tánger. Desde su ubicación, desde las alturas y con todo el mar enfrente, el aroma del café se expande hasta llegar a las costas del sur de España. Un estrecho de Gilbraltar que se avista, lleno de esperanza, desde los bordes de una taza de té….o de café.
«…soy una adicta a la cafeína..»
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