Roosevelt Island. Forma parte del Midtown de Manhattan aunque mucha gente obvia su visita porque no entra dentro de las rutas turísticas como tal pero a mí me encantó por varios motivos. A tan solo 4 minutos se palpa un modo de vida más pueblerino, nada que ver con el estrés tan habitual en Nueva York.
En la calle 60 con la Segunda Avenida de Manhattan te encontrarás un funicular, que cruza a la isla en pocos minutos. Muy pocos lo saben. Su precio es el mismo que el del metro así que, si tienes la metrocard simplemente la pasas y listo. El traslado dura poco, apenas, como decía, 5 minutos, pero las vistas de la ciudad desde arriba son fascinantes.
Llegas a una central y luego tienes dos opciones. Hacia un lado o hacia el otro. No hay mayor dificultad. Si optas por la que va para abajo, hacia donde transcurre el East River, te encontrarás el Parque Roosevelt y las ruinas del Hospital Smallpox, un antiguo sanatorio para los enfermos de viruelas. Esto es mejor hacerlo caminando. Un paseo agradable incluso en invierno.
Con unas vistas de Manhattan por un lado y de Queens por otro, el paseo es muy estimulante. A mí incluso me encantó mucho más que las vistas desde Dumbo. ¿Por qué?. Porque el skyline está más cerca y es menos turístico. He leído que en el pasado esta isla era un auténtico vertedero humano. Suena duro, pero es así como nos comportamos los seres humanos en ocasiones. Aquí venía todo lo que el Nueva York más pudiente no quería. Presos, enfermos de viruela, desahuciados, locos. Justo aquí estaba un manicomio, un hospital, una cárcel. Vamos, lo mejor de cada casa y lo que resultaba más molesto para la incipiente burguesía de la época.
Antiguamente se la conocía como Isla Blackwell y, por lo que he podido leer, escondía la historia más negra de los alrededores de Manhattan. Pero vamos a lo que vamos, la isla. Se respira un ambiente tranquilo. Sigue habiendo enfermos ya que hay un centro de rehabilitación en el que hay muchos inválidos. Hay dos tipos de guaguas (autobuses). Unos de color rojo (es gratuito) y recorre toda la isla, de apenas 3 o 4 km de largo. Hay otros de color blanco. Con ellos puedes moverte entre los dos puntos de la isla. Desde el lado sur al lado norte, en el otro extremo, donde hay un faro que, dicen, fue diseñado por el mismo que hizo la catedral de San Patricio. Vale la pena llegar hasta ese punto y observar lo que, a lo lejos se intuye como el Bronx.
El Octagón, ocupa lo que antiguamente era un manicomio y ahora es un barrio de lujosos apartamentos. En la isla hay también una parada de metro, por si no quieren subir en el funicular, y también dos grandes supermercados donde sirven, además de café, comida caliente.
El puente que se cruza para llegar a la Isla de Roosevelt es el Queensboro Bridge y conecta a su vez, vía carretera, con el barrio de Queens.
A mí me parece que se trata de una de las visitas recomendables y poco habituales si queremos cambiar de aires, dejar atrás el bullicio y disfrutar de un poco de calma. Se respira un ambiente más familiar, más cercano.
Nada más llegar, no se los dije antes, te encontrarás un pequeño centro turístico en el que una amable señora, de forma gratuita, te explicará las cosas que se pueden ver en la isla. Tampoco necesitarán todo el día pero sí gran parte de la mañana o la tarde. Se puede decidir pasar el día y comer o merendar. Hay algún que otro restaurante, un par de supermercados y un buen paseo para caminar y disfrutar de las vistas, que son, de lo mejorcito del lugar.
«…esta isla era un auténtico vertedero humano…»
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