Marrakech es una pequeña ciudad que se encuentra al sur de Marruecos. Es de las cuatro más importantes de todo el país y se localiza al pie de una de las cordilleras más importantes del norte de África, el Atlas. Se la conoce como la Ciudad Roja porque la mayoría de los edificios, ya lo verán, son rojizos. Tiene numerosos monumentos Patrimonio de la Humanidad que han hecho de ella, una de las zonas más visitadas del norte del continente negro.
Tiene una gran historia a sus espaldas pero esto ya lo dejo a gusto del consumidor. Yo les voy a contar algunas de mis impresiones de los puntos más destacados de una ciudad mágica que sigue anclada en el pasado y que, a pesar de lo que pudiéramos pensar, es de las más abiertas a Occidente. Desde que aterrizas en su aeropuerto, el de Menara percibes una decoración mudéjar que ya te indica que estas entrando en un país con una cultura diferente. Un aspecto que se repite en las calles, en los restaurantes y en los hoteles (de muy buena calidad por cierto).
A simple vista te encontrarás con una ciudad caótica, con un centro relativamente pequeño y bullicioso. Los conductores apenas respetan las normas básicas de circulación y no te extrañes si, sobre una motocicleta, ves a una familia al completo. Sí. Padre, madre, hijo, mascota y si te descuidas, hasta la abuela. Me impactó la manera de conducir. Mucho cuidado al volante y precaución extrema si eres peatón. Giros imposibles, velocidades de vértigo y …¡señales en árabe!.
¿Cómo son los marroquíes?. Sin ánimo de ofender a nadie, sin intención de fomentar la xenofobia, mi sensación con los vecinos de Marrakech se repitió también en Agadir y en Rabat. Solo conozco estas tres ciudades de Marruecos y al margen de su religión, que influye y muchísimo, mi percepción es la de un pueblo desconfiado, con una mirada esquiva que no ofrece confianza alguna. Son, por lo general, machistas, negociantes, ruidosos y en ocasiones, si les llevas la contraria y, encima eres mujer, violentos. A mi, personalmente y sin potenciar estereotipos, me provocan ciertas sospechas. A la hora de negociar con ellos, tratarán de timarte. Si no te convence el precio, déjalo. No te sientas presionad@ por mucho que te digan. Yo regateé bastante y casi me escupen. No digo más.
Hay cosas buenas. Es verdad. Se trata de un pueblo con mucha historia, hospitalario. Te ofrecerán té a todas horas. ¡Qué rico está!. Es una infusión de hierbahuerto (hierbabuena o hortelana) muy dulce que te aliviará el calor porque, esa es otra. Marrakech es un horno la mayoría del año. Mucho calor de día y fresco de noche. Te saludarán con la mano derecha. Recuerda que la izquierda es la destinada a otros menesteres. Solo se besan en la mejilla personas del mismo sexo y los zapatos se quedan en la puerta al entrar en una casa.
Motocicletas multivan
Este es el punto neurálgico de Marrakech. Es bulliciosa como la propia ciudad y en ella te encontrarás vendedores de lo más variopintos. Te venderán desde monos, alfombras, souvenirs, hasta te «bailarán» literalmente la serpiente, que saldrá de dentro de una cesta mientras las monedas caen al suelo cada vez que se saca una foto. Te encontrarás vendedores de especias, cerámica, dulces extremadamente empalagosos. Visita obligada.
La misma plaza, bulliciosa de día, lo sigue siendo por la noche cuando la gastronomía cobra protagonismo y los olores a comida te abrirán el apetito. Se puede comer en los puestos, normalmente con mesas a compartir tipo tablón. ¿Consejos a la hora de comer en la calle? que impere la lógica. Ni más ni menos.
Dicen que son los jardines más famosos de la ciudad pero a decir verdad apenas hay vegetación. Casi no hay sombra donde cobijarse y las plantas son contadas. Lo que sí tiene, y eso se repite en todos los jardines árabes, es agua. Un gran estanque central preside el recinto, al que por cierto, es mejor ir en transporte porque andando y con el calor que hace….está un poco lejos del centro, por lo menos a una hora a chola. Desde que llegas, rápidamente te das cuenta que es un lugar de encuentro, de cortejo para las parejas y de paseo para los ancianos. Está en medio de una gran finca de olivos pero realmente accedes por una avenida central. Lo mejor de la Menara es la vista de la Cordillera nevada del Atlas de fondo. Montañas de las que, por cierto, llega el agua al estanque y lo hace por medio de un arcaico sistema de canalización hidráulica. La casita que preside el jardín era, dicen, el nidito de amor de los sultanes que cada noche elegían a una chavala que luego, al amanecer, arrojaban al estanque. Listos, ellos.
Está justamente alineada con la avenida que va a dar a los jardines de la Menara. Su minarete, la torre, es de las más famosas de Marruecos y mide 69 metros de alto. Dicen que en la ciudad no se puede construir nada más alto de esos 69 metros para no superar al edificio principal de la ciudad. Yo solo puedo contar que, el rezo, es puntual como el «c..o su madre!!!». No se puede entrar salvo que seas musulmán. Los cánticos se escuchan con total claridad desde lo alto. Dicen que al principio se la conocía como Mezquita de los Libreros por los puestos de venta de libros que había a su alrededor. Está muy cerca de la Plaza Jemaa el Fna, en tan solo 5 minutos nos ponemos en el lugar. Mantiene, en la parte superior, los azulejos verdes de su decoración inicial. El señor que pega los gritos cada dos hora o tres se llama almuédano.…sí…..¿se acuerdan de aquello que nos enseñaron en el instituto de que todas las palabras que empiezan por AL– son de origen árabe??? Almuédano!!!!.
Es uno de los edificios más visitados de Marrakech por dos motivos. Uno porque está muy céntrico y otro porque es uno de los ejemplos más claros de la arquitectura marroquí. Por fuera es bastante cutre pero por dentro es una auténtica maravilla. Con techos artesonados, con miles de filigranas en sus paredes y detalles arabescos por todos los rincones. Cuenta con lámparas labradas, relieves en yeso mudéjar y un sinfín de minúsculos rincones por fotografíar. Por cierto, este fue un viaje de trabajo que hice con un compañero, David Ruiz, y no recuerdo cuáles son sus fotos y cuáles las mías. Las compartimos. Pero por si acaso lo nombro porque es muy buen fotógrafo y al sultán….lo que es del sultán.
Palacios, como mujeres….
La Madraza es fea por fuera, no tiene atractivo alguno. Incluso se trata de un inmueble medio derruido. Toda la belleza está en el interior. Recuerdo a la perfección como nuestro guía nos dijo, en medio de un patio cubierto de naranjos, que los palacios de Marrakech eran como las mujeres. Como sus mujeres….diría yo. Tapadas, descuidadas por fuera, bellas y exuberantes por dentro. Este edificio en particular era una especie de escuela donde cientos de jóvenes estudiaban antiguamente el Corán. El patio central tiene un estanque para abluciones.
No pierdan detalle de los azulejos. Preciosos. En su interior, belleza en sus techos y paredes y muy pocos muebles. Lámparas sí!! Bellísimas. Quien me conoce un poco sabe que me encantan y a pesar de que ya no tengo dónde colocarlas, siempre que puedo me traigo alguna de recuerdo. Esta vez fueron dos en una mini maleta. No me pregunten cómo lo hice.
El zoco, que parte de la plaza principal, es también una visita obligada en Marrakech. Repetirás hasta tres o cuatro veces porque siempre te dejas cosas atrás. Es donde se respira la esencia propia de una ciudad árabe. Sus cafetines, sus rituales para servir el té, sus múltiples puestos de especias. El olor a canela, a clavo, a vainilla, pimienta, cardamomo, cúrcuma lo invaden todo. Puro almizcle. Un par de calles principales se entremezclan con callejones sin salida donde puedes encontrar puestitos de todo tipo. Se vende absolutamente de todo lo imaginable. Pócimas para potenciar la belleza, crecepelos, cosméticos de todo tipo, henna…ustedes pregunten, que allí lo conseguirán. Los productos estrellas son el cuero en todas sus vertientes (bolsos, puff, chaquetas…), las alfombras, manteles y las baratijas tipo souvenir.
Dentro del propio zoco encontrarán, agrupados por sectores, los mercadillos de los artesanos del cuero, los del metal y otros pequeños colectivos como los que se dedican a teñir. Está de más decirles que donde se curte el cuero el hedor es de las cosas más desagradables que haya olido nunca antes. Terminas acostumbrándote pero la pestilencia tira para atrás. Para llegar hasta aquí es mejor preguntar porque, aunque está dentro del zoco, es un verdadero laberinto en el que nos podemos perder. En todos los puestos podrán regatear.
Es todo un arte que se tiene que aprender. No te extrañes si te timan la primera vez. En un primer momento te sentirás tan imbécil que a la segunda no pasas ni un dirham. Dicen que nunca se debería pagar más de un tercio de lo que te ofrecieron al inicio. Yo recomiendo sopesar. Apuesten y presionen a pesar de la cara de asco que te pondrá el señor de turno. Si eres mujer, la cosa se pone peor. Les revienta que una «sexo débil» se haga fuerte ante ellos.
La gastronomía en general es riquísima. Muy sabrosos todos sus platos. Sus cuscús con ingredientes variados, su tajines (bueno, realmente son su ollas para cocinar al vapor) y sus dulces. La carne que se suele servir es el pollo y el cordero. Nada de cerdo, que ellos consideran impuro. El alcohol ni lo olerás, no al menos en sitios públicos o poco turísticos. Mucho cereal tostado, base de la gran mayoría de sus pequeños pastelitos dulces, y auténtica melaza.
Encontrarás un montón de restaurantes dedicados exclusivamente al turista pero yo, como siempre, opto por buscar lo auténtico aunque luego te pese (o no). La comida está bastante bien y siempre tendrás la opción de cenar o comer algo totalmente occidentalizado. La ciudad está preparada para el turismo y no es caro. Apto para cualquier bolsillo y para mochileros. Nosotros disfrutamos de espectáculos de la danza del vientre y exhibiciones de bailes autóctonos. Estuvo bien aunque sabes que está montado para el turista.
Mi visita a Marrakech fue muy corta. Ya les digo, por trabajo. Lo suficiente para hacerme a la idea de lo que me voy a encontrar si regreso. Algún día. Si vuelvo lo interesante será salir fuera de la medina, hacer algún tour por el desierto, visitar las faldas del Atlas y dormir al raso. He leído que hay mil alternativas, miles de excursiones que se pueden hacer para conocer de verdad la zona. Esto es tan solo un aperitivo, un caramelo para tentar y volver a barajar una segunda escapada a la Ciudad Roja.
«…una ciudad mágica que sigue anclada en el pasado y que, a pesar de lo que pudiéramos pensar, es de las más abiertas a Occidente…»
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